UN HOMBRE DE SESENTA AÑOS ESCRIBE un poema y lo titula "Ánima". Días después
escribe otro poema de tono parecido al anterior, lo titula "Ánima", se da cuenta de que
acaba de iniciar una serie que ha de llevar toda el mismo titulo.
Es más, ese hombre decide en lo adelante y hasta el día de su muerte que va a
seguir escribiendo poemas que, de tener ese tono, llevarán por título "Ánima". Al año,
y luego de haber escrito unos ciento cincuenta poemas, extrae del mazo acumulado
sesenta poemas llamados "Ánima".
Ahora los publica: son un registro, quizás un testamento. De algún modo, siente
que el fajo de los sesenta poemas tiene dos fundamentos; por un lado, participa de un
proceso de dulcificación de su persona y de su escritura (a la que aspiró desde joven)
iniciado en un momento, para él, en verdad revelatorio: se trata del día en que
leyendo Guerra y paz entendió con Tolstoi y el príncipe Andrei Bolkonski, con María y
con Pierre, que el bien morir implicaba un estado último de dulcificación ("Asi, pues,
se calmó y se dulcificó. Siempre había aspirado, con todas las fuerzas de su alma, a
llegar a ser completamente bueno, de manera que no podía temer la muerte.").
Asimismo, escribiendo esos poemas, ese hombre de sesenta años intuye que de
haber un sobremundo como el que Dante nos revela, por su modo de vida, por sus
vicios y virtudes, lo más probable es que al morir tenga que pasar cierto tiempo en
algún punto del Purgatorio. Dado que el autor de estos poemas nació en una isla y
dado que el Purgatorio es una "Isoletta" ("Questa isoletta intorno ad imo ad imo,”)
entiende ahora que los poemas que configuran Ánima participan de este otro
fundamento: el de la recurrencia, la circularidad, el punto de partida que tiende
(necesita) cerrarse en una oval, en un redondel o circunferencia, en que lo último
regresa a lo primero; en este caso la isla se dirige a la Isla, o Cuba entronca (germina)
en la isoletta.
Lector, estos poemas carecen de voluntad poética, se desconocen a sí mismos,
proceden de un fuerte sentimiento de irrealidad relacionado con el hondo
desconocimiento que su autor experimenta ante todas las cosas, y, sobre todo, las
cosas relacionadas con su futuro.
Poseen un ánima que es un decoro: el de la escritura que consciente de la
existencia de un centro, o quizás de muchos centros de base inaprensible, no
obstante se somete al atrevimiento de ponerse a hilvanar letras, hilar filigranas de
sílabas y de palabras, no como un asedio a ese centro o centros que lo eluden sino
como un acto de manifiesta devoción en que el poema, cotidiano, artesano, procura
su propia dulcificación imitándose plegaria.
JOSÉ KOZER